"Amor
es un daimon", le dice la profetisa Diotima a Sócrates en El Banquete de
Platón, lo cual es ya una indicación de lo inusitadas e invasivas que pueden
ser sus apariciones. Jung afirmaba por su parte que nadie debería avergonzarse
de pagar tributo a una fuerza tan poderosa como la representada por Eros.
Resulta fabuloso cuando este daimon nos visita y Armonía está también presente,
pero no siempre sucede así. Ese fue el caso de Antíoco, hijo del rey de Siria
Seleuco I, quien "sufría de una enfermedad misteriosa, enfermedad de
consunción que ya le había provocado deseos de suicidio" [1], -podemos
sospechar por esto y por lo que sigue, que se trataba de una depresión, pero lo
más interesante de este relato es la manera como se descubrió la causa-. Fue
llamado a su lecho el sabio Erasístrato, quien al no encontrar una causa física
del mal recurrió a un método tan curioso como efectivo: "fue llamando a
todas las personas jóvenes y hermosas del palacio, y a medida que comparecían
iba observando atentamente a Antíoco, examinándole también el pulso, la acción
del corazón, hasta que al presentarse la bella Estratonice, madrastra del
príncipe y quien ya había tenido un hijo de Seleuco, se manifestaron en el
enfermo todos los síntomas del amor, como palpitación violenta del corazón,
alteración del pulso, mudanza de color, dificultad en hablar, conmoción.".
Nos llama la atención en este punto la detallada descripción de los síntomas
del amor, si el concepto de "enfermedad" se asocia con el de
"anormalidad", entonces el amor resulta ser una enfermedad pues
altera casi todas las áreas físicas y psíquicas. En este primer procedimiento podemos vislumbrar también una metáfora del oficio del terapeuta, como si nuestro trabajo consistiera en acompañar al paciente mientras hace desfilar ante sí (y ante nosotros) a los personajes que se han constituido en material vivo de "su realidad", así, el consultorio se transforma en esa habitación, ese recinto sagrado en el que vamos tomando el pulso y examinando "la acción del corazón" frente a esa realidad.
Ya se ha
mencionado mucho al centauro Quirón como precursor mítico de la psicoterapia
(una antigua figura del Sanador Herido o de la dinámica arquetipal entre lo sanador y lo herido en nosotros) y tanto Jung como Hillman coinciden en
afirmar que el filósofo presocrático Heráclito vendría a ser el primer
psicólogo de la historia Occidental por diversas razones; pero la observación y
descripción de los síntomas, así como el tratamiento que aplica Erasístrato en
este caso reúnen tantas características relacionadas con la inteligencia para
la comprensión y el rodeo necesario para llegar hasta la solución, que nos
lleva a pensar que deberíamos considerar a este médico del siglo III a. C. como
otro digno precursor del cuidado del alma.
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Erasístrato descubre la causa del mal de Antíoco, obra de Jacques-Louis David (1774) |
Murray Stein
[2] leyó la escena en que Dionisos da de beber vino a Hefestos para convencerle
de liberar a Hera de la trampa que el dios cojo había construido y con la que pensaba vengarse de su madre, como una metáfora de la psicoterapia que procede
por "aflojamiento" de complejos muy enquistados (Dionisos operando
también como terapeuta). Erasístrato ve al paciente, ve lo que pasa a su
alrededor y también idea una estrategia para convencer al padre de que ponga a
disposición del hijo lo que es necesario para la curación: "Una vez
descubierta la causa de la enfermedad, el médico recurrió a un nuevo ardid,
pues dijo a Seleuco que Antioco padecía una enfermedad incurable, y agregó:
‘Ama a mi mujer, y yo a nadie la cedo’. El rey entonces suplicó a Erasístrato
para que no rehusase la mujer a su hijo, salvando así la salud de éste y la
felicidad del reino. ‘Injusto es lo que me pides –respondió el otro- quieres
quitarme la mujer y atropellarme a mí, a tu médico. Si el amor fuese a tu
esposa, ¿qué harías tú que me exiges semejante sacrificio?’. A lo cual el
monarca contestó diciendo que en tal caso él no vacilaría en entregar la
madrastra y hasta el reino al hijo. ‘¿Para qué me suplicas? –dijo el médico-.
De tu mujer está enamorado. Lo que te he dicho era todo mentira’. En efecto, el
rey casó a Antíoco con Estratonice, cediéndole además el reino o provincias
altas. Y Plinio el Naturalista agrega que por esta cura maravillosa Erasístrato
recibió el magnífico regalo de cien talentos.”
Si leemos arquetipalmente la escena, vamos a poder llevar nuestra imaginación hasta el complejo paterno negativo del paciente, el cual se ha apoderado de su capacidad para vivir el amor, y podremos captar la forma como el terapeuta trabaja con este complejo convenciéndolo mediante un "ardid", es decir, procediendo por aflojamiento, mediante un juego no desprovisto de cierta picaresca y logrando finalmente el fluir de la energía amorosa. Ciertamente no es raro que la figura de El Pícaro esté presente en nuestro proceder como terapeutas, un asunto que trabajó profundamente Rafaél López-Pedraza en su "Hermes y sus hijos" [3]. Y podemos decir todavía algo más: la decisión del padre de ceder también una parte del reino a su hijo nos permite conjeturar que lo que aquí se representa es la afectación no sólo del área amorosa del sujeto, sino también de su relación con el poder, con los límites, algo muy común cuando del aspecto negativo de este complejo se trata. Una vez más Eros hace su aparición para arrastrar consigo al conocimiento profundo, un conocimiento que termina trascendiendo el aspecto superficial de la función erótica misma ¿cuántas veces llegamos al análisis o a la psicoterapia por haber enfermado de Amor y salimos de ella habiendo develado mucho más, cosas que, en apariencia, nada tenían que ver con el dios y sus complejidades?. Tal vez caemos prisioneros del amor (enfermamos de Amor) tan sólo para aprender a amar hasta los más ocultos y retorcidos rincones de nuestra propia alma.
Quirón,
Dionisos, Heráclito, ahora agreguemos al genial Erasístrato, y su actitud atenta
e imaginativa frente al tratamiento, en el árbol genealógico de nuestra
profesión.
Lisímaco Henao Henao. Octubre de 2017
Psicólogo -
Analista Junguiano IAAP - SCAJ
1. Todos los
comillados sobre el relato de Antíoco provienen de Díaz González, Joaquín.
Historia de la medicina en la antigüedad. 2ª ed. Ed. Barna. Barcelona 1950. pg.
185-186
2. STEIN,
Murray. El principio de individuación. Ed. Luciérnaga. Barcelona 2007. pg. 93-119
3.
López-Pedraza, Rafael. Hermes y sus hijos. Ed. Anthropos. Barcelona 1991
Antíoco y Estratónice, . Auguste Dominique Ingres (1840) |
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Antíoco y Estratonice de Pompeo Batoni (1708-1787) |
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